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Historias de San Luis: sapos, médicos, curanderas y curanderos

Hubo un médico rural en nuestro país nacido en La Pampa llamado Samuel Tarnopolsky, que inicialmente se lo presentó como un profesional que combatía el accionar de los curanderos y curanderas, pero no era tan así, y al final reconocía algunas sanaciones de estos personajes.

por Nino Romero

elchorrillero.com

Actualizada: 06/08/2022 22:42

También ante determinados males, recomendaba a los pacientes que fueran a visitarlos.

Es autor de un libro llamado “Los Curanderos, Mis Colegas”.

Cuenta la tradición oral que este libro tuvo su origen en su designación como médico rural en un pueblo muy chico.

Llegó al lugar y se encontró con que eran muy famosos en el lugar tres curanderos con los que chocaba en sus tareas.

Esta historia me cuenta desde sus saberes mi compadre Carlos Fernández.

Entonces el doctor Tarnopolsky con muy buen criterio invitó a los tres curanderos a su casa y les dijo: “bueno queridos colegas, vamos a trabajar juntos acá en el pueblo”.

DR. Samuel Tarnopolosky

 

Esa estrategia la utilizó para no echarse a los curanderos en su contra y en la conversación les dijo:” miren, los casos de empachos, dolores de muelas los curan ustedes y los casos más complicados los curo yo y así los cuatro juntos vamos a atender la salud del pueblo”.

Los curanderos chochos estuvieron de acuerdo porque él los llamaba “mis colegas”. Y todos pudieron trabajar sin inconvenientes.

De ese encuentro de vida fue que nació el famoso libro: “Los Curanderos, Mis Colegas”, escrito por el médico Samuel Tarnopolsky.

Curanderos y curanderas han existido siempre.

Los que se dedicaban a curar algún problema con los huesos eran llamados “los pateros” y otros los reconocían como “los curanderos de las aguas frías”, porque a ellos se les llevaba la orina en recipientes transparentes para determinar los males que aquejaban al doliente.

Carlitos Fernández con su envidiable memoria se remonta en los años 50 a Chipiscú dónde vivía una curandera famosa: doña Águeda Barrionuevo.

Y el marido de ella también se dedicaba a los mismos menesteres.

Había otro curandero o médico de aguas frías en El Arroyito, en el norte, límite de San Luis y Mendoza.

Carlos reflexiona: “la tarea de los curanderos y curanderas era importante porque había mucha gente en el campo que no podía ir a un médico, y se terminaban curando más que todo por la fe y la creencia que por los brebajes de los curanderos”.

En nuestro país existió y existe “La Machi o Guardiana o Curandera” que siempre tiene un cuero de sapo. Cuando detectaba que un habitante de la comunidad originaria estaba enfermo, cortaba una porción muy chiquita de ese cuero para prepararle una infusión.

Estudiando a los sapos, el doctor Segovia, un profesor de la Universidad Nacional de San Luis, se enteró que un médico japonés trabajaba en los Estados Unidos practicando castraciones en sapos con bisturíes lo más oxidados posibles.

LIBRO LOS CURANDEROS, MIS COLEGAS

El resultado era que el animal sanaba rápidamente y se descubrieron sustancias que salen de la exudación del sapo y tienen propiedades curativas.

Precisamente con esos líquidos es que las personas se hacían una crucecita en la cara o directamente con el lomo del sapo, y el dolor de muelas desaparecía.

Dicen que esas sustancias descubiertas en el sapo tienen propiedades anestésicas y antibióticas de acción casi inmediata.

También la tradición cuenta que, en el campo, cuando los paisanos dormían al aire libre con el apero en el suelo para apoyarse, algunos aparecían muertos con un sapo en el pecho.

¿Qué había pasado? El sapo se había subido y se había dormido en el pecho del hombre y “se pasó de anestesia” dice la leyenda popular.

El amor de un pueblo por sus curanderos/as ha dado lugar a numerosos versos y canciones.

Por ejemplo, cuando murió doña Leonarda Guardia de Mercado, a quien nombramos el domingo pasado, el amigo Raúl Aguilar le escribió estos versos:

Por esas cosas de la vida,
Voy a homenajear ahora,
A una buena paisana,
De los pagos de Balzora.

Mujer amable y sencilla,
Humilde y trabajadora,
A la que Dios le dio el don,
De remediera y matrona.

Toda la comunidad está triste,
A su vecina la lloran,
Se ha ido doña Leonarda,
Está de luto Balzora.

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